El árbol grande de la montaña

(Sobre el conflicto armado en Colombia)

Nosotros vivimos al pie de una montaña de franjas verdes y cafés, donde crecen dientes de león y flores amarillas. Siempre he soñado subir y ver los techos de las casas desde arriba, los adultos trabajando y mis amigos jugando en el patio de la escuela.

Desde que tengo memoria, siempre, a las 8:00 de la noche de cada día unas alarmas suenan para marcar el límite en el que podemos estar en la calle. Después de eso, nadie puede salir. Alrededor de la montaña hay una cerca con púas y señores con armas vigilan para que nadie suba.

Muchas veces he escuchado bang, bang, después de las alarmas, pero ya estamos acostumbrado a eso. Mi papá tiene un papel, como una tarjetita que le permite andar de noche, porque trabaja por turnos en la fábrica. Yo le digo que me cuente cómo es afuera, pero dice que solo hay postes de luz encendidos, basura y perros callejeros.

Varias veces hemos tenido que meternos debajo de la cama. Mi mamá agarra una bolsa de pan-rollo y todos comemos ahí debajo. Los uniformados andaban vigilando en cada esquina, y yo vi llegar una vez a otros señores con uniformes y botas panteras. Nos escondimos en la casa por tres días y a veces tenía tanto miedo, pero otras veces fue divertido estar con toda la familia jugando a “De la Habana viene un barco cargado de…” y otros juegos que nos inventamos para pasar el tiempo.

Desde ayer, las cosas han cambiado. El papá de Juancho, el señor Sánchez, es el que manda ahora por aquí. Mi abuela dice que es un mal alcalde y que es un ladrón. Pero yo no le digo eso a Juancho, porque el año pasado en el colegio lo molestaron tanto por culpa del papá, que no terminó sus clases.

Por dos meses, don Sánchez estuvo sentando con los señores de uniforme en el salón comunal y en el comedor del colegio, y también pasaron los de botas de caucho y hablaron todos muy serios, yo los vi por la ventana.

Ayer firmaron un papel del que los adultos hablan mucho y hoy ya no sonaron las alarmas y nadie vigiló la montaña.

Esta es nuestra oportunidad. Es el momento, por fin, de conocerla y mirar todo desde arriba.  Soplaré dientes de león desde la cima y veré como se vuelan hacia el cielo.

***

Hoy le dije a la profesora mi idea de conocer la montaña. Ella me respondió que era prohibido subir, que por nada del mundo se me ocurriera hacerlo. Y la razón, me dijo, es que esa montaña está embrujada. Que en el árbol de pino cuelgan a los niños malos que no hacen los mandados o no le ayudan al papá a cargar la leche. Me contó que, además, hay un volcán enterrado y que, si uno sube, el volcán se abre y uno se quema ahí.

Tan boba, ella cree que yo soy un bebé. No le creo. Yo no creo en embrujos, porque ya soy un niño grande. ¿Qué problema puede haber si subo a la montaña para sentir el viento y mirarlos a todos?

Mi abuela me dice que no piense en esas cosas, ¿será que lo del pino y el volcán son “bobadas”?

En fin, que lo hago, lo hago y punto, así sea a escondidas. Debo hacer un plan.

No puede ser durante el colegio, porque me fascina escuchar a la maestra, aprender de mundos lejanos y desconocidos, de personas que hacen cosas extrañas y diferentes a nosotros, de animales, de cómo cuidar mi tierra, de cantar el himno nacional y, claro, jugar en el recreo.

Tampoco puedo hacerlo cuando salga por la tarde, porque mi mamá me espera siempre para que le ayuden con la casa y cuide a mis hermanos.

Entonces, será de noche, igual ya no suenan las alarmas, ya no hay peligro.

***

Hoy vamos a hacer nuestra primera exploración con Juancho y el Pecas.

Ya tenemos todo planeado.

No nos vamos a dormir. Compramos moritas y cada uno se va a comer una bolsa entera para estar despierto. Yo soy el primero. Cuando mi papá llegue de turno a las 11:00, espero a que se acueste y, tan pronto empiece a roncar, ¡de una! Salgo por la ventana y me voy a donde Juancho.

Allá lanzo una piedrita en la ventana y nos vamos por el Pecas. Yo le saqué a mi papá la linterna del garaje. Juancho dice que lleva un pito, para pedir ayuda, porque uno no sabe. En la bolsa del Pecas está la comida. Porque uno lleva comida, ¿no? a los viajes y eso, pero no llevamos nada de tomar porque nos da ganas de orinar y en la montaña da miedo.

***

Una morita, dos moritas, tres moritas, cincuenta moritas.

Mi papá ya está roncando.

¡Juaz!

-Juancho, Juaaaancho, salga ya. ¿Se quedó dormido? Ash.

¡Listo!

Vamos por el Pecas.

Tenemos la linterna apagada para que no nos vean.

Tengo miedo, pero no le voy a decir a nadie.

Estamos abajo de la montaña.

Yo vi que el Pecas se limpió los ojos mojados, pero no le voy a decir a nadie.

Hay una fogata. ¡Ay, mamita!, ¿será que ahí es donde queman a los niños?

Casi no veo, pero hay un señor con gorro que está recibiendo unos billetes. ¿Serán guardianes de la montaña?

Seguimos subiendo acurrucados y el Pecas sí es un bobo, las lágrimas no lo dejan ver el camino.

Aish, me dieron ganas de estornudar, ¡me cojo la nariz!

Juancho está mocoso

-Shhhhh, cállese.

Yo quiero más moritas.

¡Ay, mamita!, alguien habla duro, ¿será que nos vieron?

¡Diosito, ayúdame!, un sonido ¡bang!

Juancho grita.

¡Diosito, ayúdame!

Nos devolvemos corriendo a la casa, pero sin Juancho.

***

La montaña ya no fue la misma. Tumbaron el árbol y el papá de Juancho mandó construir una estatua de piedra.

Todos los días vamos a donde Juancho a jugar, porque él se cansaba mucho con la muleta. Ahora él es de la banda de los malos y nos disparaba a todos con su pata de palo. Pero luego nosotros le mandamos granadas mutantes y se pone a chillar, porque a veces le pegan duro en la cabeza.

***

Un día, el señor Sánchez ya no estuvo más. Mi mamá me dice que debe estar de viaje, pero que no sabe a dónde.

Yo no le creo.

***

Anoche, mi papá dijo que el señor Sánchez se merece lo que le pasó. Y le dijo a mi mamá gritando que si acaso no se acuerda del primo Alonso que se murió en la montaña, pero que no le hicieron ninguna estatua.

Pues yo creo que mi primo Alonso se quemó en el volcán. Era chévere y jugaba yermis con nosotros. Que vuelva y jugamos.

Pero eso sí, yo también digo que el señor Sánchez se lo merece. Él tumbó el árbol encantado, algo malo le debieron hacer las brujas. Pues que lo castiguen, pero que vuelva pronto, porque doña Magola ya no nos deja visitar al Juancho ni nos da panes-rollito.

Si más que hacer, a comer moritas.

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