Nuevas Universidades Estatales en Chile e Implicancias en Latinoamérica: ¿Mirando al Siglo XIX o al Siglo XXI?

Chile ha decidido crear  dos universidades estatales, una en la sexta región, localización que está en la zona central del país, y una en la región de Aysén, en el extremo sur. Más de setenta años han pasado desde la creación de la última universidad estatal en Chile, ya que las instituciones estatales fundadas posteriormente, en la década de los ochenta, son derivadas de sedes regionales de otras universidades del Estado ya existentes.[1] Mucho se ha hablado del lugar y de las carreras que se impartirán; recién ahora se está revisando quienes serán los profesores. Sin embargo, surgen importantes preguntas que todavía no se han esbozado: ¿se ha cuestionado o preguntado que tipo de universidad queremos? ¿Se ha puesto sobre la mesa si continuaremos con el modelo profesionalizante de nuestras universidades? ¿Se ha puesto en discusión el por qué nuestras universidades son tan distintas a las universidades estadounidenses y europeas? ¿Se ha discutido la relación que éstas tendrán entre el pregrado y el postgrado? Dos importantes economistas en los últimos años, Sebastián Edwards y Patricio Meller, han planteado que en Chile, y quizás en la gran mayoría de los países de Latinoamérica tenemos universidades del “siglo XIX”, donde los estudiantes ingresan a carreras demasiado profesionalizantes, entrando a facultades, más que a la universidad. Esto determina que los alumnos tengan poco contacto con otras disciplinas de estudio más allá de la propia. Más aún, esto tiene implicancias económicas mayores, ya que dificulta las posibilidades de cambiarse de una especialidad a otra por lo poca similitud de mallas curriculares. Sebastián Edwards señalaba que “en los países modernos la educación superior es crecientemente generalista; se evitan las especializaciones tempranas, y se fomenta el regreso a las aulas a través de los años”.[2] Por su parte, Patricio Meller afirmaba en una charla que en Chile los estudiantes que egresan del pregrado «saben todo de nada, o nada de todo”.[3] Esta misma afirmación es fácil de extrapolar a toda Latinoamérica.

¿Por qué es importante tocar este tema? Desde el punto de vista de las humanidades y las artes, este debate brinda una oportunidad de formación, realidad, y  sustentabilidad. Para nadie es un misterio que la única forma de estudiar humanidades o artes en Chile es optando por una carrera del área. Incluso más, estudiantes que quieren construir un “currículo” más amplio, terminan estudiando dos carreras simultáneas. ¿No parece contradictorio? La universidad, que por definición es el lugar donde el estudiante razona, intercambia opiniones, y se nutre de distintas fuentes, no ofrece la posibilidad de diálogos interdisciplinarios a nivel de pregrado. Y se produce la ironía de que en algunas instituciones, los postgrados, especialmente maestrías, son la instancia donde la persona puede comenzar el diálogo, siendo que en teoría esto debería tender a la especialización en el área. Esto se debe a que el nombre del magister es extremadamente general, y porque en ocasiones la oferta de maestrías con diversas nomenclaturas y especificidades es demasiada. En otras palabras el magister tiende a compensar la falta de interdisciplinariedad que no se produjo en el pregrado.

Por estas razones, y en relación a la formación, la sobre-profesionalización de nuestras carreras es un riesgo, sobre todo para las artes y las humanidades, que cada vez están siendo desplazadas debido a la concepción de “productividad” como el índice absoluto que está midiendo nuestras tareas. En Estados Unidos, debido a configuración del pregrado que permite un mayor diálogo de disciplinas, los alumnos son expuestos a las ciencias duras, pero también pueden tomar clases de humanidades, música o artes. Independiente de si el estudiante se desempeña posteriormente en el área de los negocios, la formación en humanidades le entregará mayores herramientas tanto a nivel profesional, como en la posibilidad de desarrollo de audiencias o apreciación de éstas. No es difícil pensar que gran parte de la filantropía desarrollada en Estados Unidos tiene sus causas en torno a la exposición aquí señalada. Más aún, la posibilidad de cursos disponibles para todos, da sentido al término universidad y da la posibilidad de tocar temas que son transversales a cualquier disciplina cambiando solo la perspectiva desde la cual se mire.

Esta discusión se torna fundamental para las proyecciones que pueden tener las artes y las humanidades en Chile. En primer lugar está la queja constante sobre la poca importancia que se la da a éstas dentro de la universidad chilena. Si uno compara las mallas curriculares chilenas con las estadounidenses se podrá apreciar de que manera las artes liberales permean todos las especialidades en estas últimas, sobre todo a nivel de los primeros años, ya sea través de idiomas, cursos de historia, seminarios, etc. Más aún, en los últimos años, las humanidades han empezado a adquirir especial importancia al comenzar a formar parte de requisitos de cultura, ética y otros tópicos afines en la formación de pregrado de los individuos. Esto contrasta con la realidad chilena y latinoamericana, donde aquellos que cursan clases en humanidades son básicamente los que van a especializarse en este campo, como ya mencioné. Por lo tanto, se coarta cualquier contacto con estudiantes de ciencias, ingenierías, u otras áreas que podría adquirir conocimientos fundamentales si tuvieran la oportunidad.

El segundo problema es que la fuerte especialización provoca una cantidad de barreras de salida para los estudiantes, donde las carreras duran mucho más de lo que la teoría señala. Por ende, el diálogo entre post grado y pregrado no se da de una manera correcta, ya que en muchas ocasiones nuestros pregrados incluyen cursos de postgrado, restando fuerza a las maestrías como un paso fundamental en la especialización, de la manera como se da en Estados Unidos y en otros países europeos. En otras palabras, el modelo de fuerte especialización dificulta el diálogo entre disciplinas, resta creatividad en  la creación de cursos, restringe la introducción de nuevas metodologías y dificulta la posibilidad de búsqueda vocacional dentro del pregrado.

Todo esto implica una renovación que se dará en la medida que jóvenes académicos conscientes de la realidad de la universidad en Estados Unidos y Europa vuelvan a sus países en Latinoamérica para intentar renovar de una vez por todas las instituciones. Deberán romper los feudos, confrontar antiguas formas de entender la universidad, y sacudir los círculos de poder que han impedido la actualización necesaria transformando la universidad en distintas parcelas de influencia. Porque si de verdad a nuestras instituciones les interesa subir en los rankings, y parecerse a las grandes universidades, es hora de que aborden el tema en serio, fijándose en los detalles que implica tal cambio. De lo contrario, nuestra universidad corre el riesgo de volverse cada vez más anacrónica y menos atractiva para estudiantes y académicos cuyo ideal de universidad es el lugar donde pueden aprender y absorber información multidisciplinaria mediante el diálogo, el cuestionamiento y la actualización constante.

[1] Manuel Toledo Campos, «Promulgan ley que crea dos nuevas universidades estatales en regiones de Aysén y O’Higgins,» Noticias Universidad de Chile, 3 de agosto, 2015, http://www.uchile.cl/noticias/113699/promulgan-ley-que-crea-dos-nuevas-universidades-estatales-en-regiones

[2] Sebastián Edwards, “Un país moderno por favor,” Portafolio Global, 17 de agosto, 2013, http://voces.latercera.com/2013/08/17/sebastian-edwards/un-pais-moderno-por-favor/

[3] Centro de Estudios Públicos. «Sergio Urzúa: La rentabilidad de la educación superior en Chile,» YouTube video, 1:00:45, Abril, 2012, https://www.youtube.com/watch?v=w3ORDUceBcY.

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