Redescubriendo a Carlos Guastavino

Hace un par de meses discutí sobre las dificultades para definir la figura del compositor de música latinoamericano. Hoy quiero hablar del argentino Carlos Guastavino.

La diversidad de estilos, escuelas, y motivaciones provocan que muchos compositores se queden fuera de los márgenes de análisis, rígidos y poco inclusivos. Por esa razón, los elementos transversales en ocasiones superan los elementos musicales para poder definir esta figura. Entre ellos está la participación del compositor en la promoción de instituciones, el hecho de que haya realizado investigaciones musicológicas que fueron los primeros avances en el continente en esta disciplina, o simplemente la forma como su obra ha penetrado en la audiencia reduciendo o rompiendo los límites que frecuentemente se asocian con la música clásica.

En este último caso, un compositor que rompió esas barreras a través de sus obras fue el argentino Carlos Guastavino. A pesar de que para muchos la figura más influyente en la música del siglo XX en Argentina fue Alberto Ginastera, Guastavino logró alcanzar perfiles de audiencia que normalmente no se familiarizan con la música clásica. Y la respuesta está básicamente en tres características: su gran cualidad en la composición de líneas melódicas, su utilización de elementos tradicionales de música argentina, y sus innovaciones armónicas dentro de un sistema claramente tonal.

En primer lugar, Guastavino se colocó en una vereda opuesta a la vanguardia latinoamericana del siglo XX. Esta vanguardia adoptó técnicas composicionales que abrazaban dodecafonismo, serialismo o elementos similares. Guastavino, formado en Argentina y en Londres, rápidamente oficializó su postura que, a la luz del tiempo, algunos pueden calificar de conservadora: Guastavino privilegió la tonalidad (vea aquí algo sobre música atonal y tonal). Sin embargo, esto al mismo tiempo permite identificar la posición estética de Guastavino, y cómo desde ese lugar, y bajo esa perspectiva, sí logró innovar en un sistema en el cual muchos repetían técnica o secuencias utilizadas por años dentro de un nacionalismo musical entendido en su práctica composicional.

Guastavino ha sido reconocido por sus ciclos de canciones para voz y piano.

Formado como pianista y compositor, fue capaz de crear ciclos en los que la utilización de poemas era una característica fundamental (Gabriela Mistral, Rafael Alberti, Pablo Neruda, León Benaros, Luis Cernuda y otros). Al mismo, tiempo y dentro de un marco tonal, Guastavino comenzaba la utilización de recursos que años más tarde se volverían comunes, incluso dentro de ámbito de música popular, como la constante utilización de acordes con disonancias sin preparación, modulaciones a tonalidades lejanas con una maestría que suavizaba el cambio aparentemente brusco, y particularmente su manejo de las líneas melódicas otorgando variabilidad, como pocas veces se ha visto, especialmente en obras ligadas a instrumentos claramente armónicos. En otras palabras, una belleza de melodías que hacen de ésta quizás la característica principal de Guastavino.

Sus melodías alcanzan rangos que permiten una conducción flexible y que a la vez construyen tensiones a través de saltos, ascensos y descensos poco comunes y difíciles de ejecutar. No obstante, estos elementos siempre buscan la expresividad como objetivo fundamental. Y esta maestría melódica se aprecia con mayor vehemencia en obras para instrumentos armónicos como sus sonatas para guitarra y sus obras para piano.

Por ejemplo, en su sonata para guitarra, Guastavino utiliza un registro poco común en el instrumento, debido a estar en la zona más aguda, lo que agrega dificultad en la ejecución.

 

 

De hecho, en la literatura guitarrística, pocas veces se encuentran casos como éste, tanto por el registro como por el carácter de la obra. También llama la atención la manera en que rápidamente contextualiza la tonalidad a través de arpegios que recuerdan sus ciclos para voz y piano, dando cuenta de la manera en como Guastavino entiende el soporte armónico. El segundo movimiento es quizás una de las obras más hermosas compuestas para el instrumento. Dividido en tres secciones, utiliza todo el registro de la guitarra, y modulaciones a tonalidades lejanas sucesivas otorgando una de las características distintivas de Guastavino que describimos anteriormente. Finalmente, un elemento que recorre toda la obra es la utilización de distintos ritmos tradicionales argentinos tales como la chacarera y estilo, entre otros.

Elementos similares pueden ser encontrados en obras como su Sonata para piano, donde en la fuga final utiliza la melodía tradicional “Viniendo de Chilecito”, su sonata para clarinete y piano, o sus ciclos para voz y piano que tanto reconocimiento le han otorgado.

En pocas palabras, Guastavino fue capaz de encontrar una solución estética que dialogó con su tiempo y espacio. Frente a su rechazo a las técnicas de vanguardia, persistió en la utilización de la tonalidad, expandiendo su manejo armónico, tensionando las modulaciones y teniendo siempre en cuenta el manejo de la melodía como elemento fundamental en la estructuración de sus obras instrumentales. Si a esto le sumamos la utilización del material vinculado a fuentes tradicionales de la música argentina, nos acercamos a un músico latinoamericano que innovó y encontró su lenguaje dentro de una visión estética que el definió de antemano, y que procuró desarrollar en forma sostenida a través de sus obras.

 

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