Ni una menos. Vivas nos queremos

 

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Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo.

Eduardo Galeano.

“¡Pero si la desigualdad de género [sic] ya no existe en nuestro país!”
Leo esto en un comentario que algún chico publica en un artículo sobre la violencia de género en Latinoamérica. No dudo que sus intenciones fueran más bien inocentes, quizás provienen más de algo que no ve que desde las ganas de fastidiar.

“Pinches feminazis, por eso las matan.”
“Hay que suprimirlas como hemos hecho por milenios.”
“Es lo que pasa cuando se salen de la cocina.”
Estos comentarios también los leí en otra publicación hecha por otra compañera ante la necesidad de manifestarse el pasado miércoles19 de octubre, cuando muchas mujeres alrededor de todo el mundo nos congregamos para alzar la voz con una misma consigna: que nos queremos vivas. Que ni una menos. Que si tocan a una, nos tocan a todas. El hecho que detonó estas movilizaciones fue el caso de Lucía Pérez, una chica argentina de 16 años que fue violada, torturada y después asesinada en Mar del Plata. Lucía es sólo una de las miles de mujeres que han sido asesinadas en América Latina a raíz de la violencia machista. Es por eso que se nos llenó el corazón cuando supimos el alcance de la indignación: mujeres latinas se organizaron en Texas, Oregon, Nueva York, California, Seattle, Washington DC, y en muchas otras ciudades donde ser mujer y pasar en frente de una construcción probablemente no implica de manera forzosa una serie de piropos incómodos y la cabeza gacha. Es así pues que en este caso, no me atrevo a defender a los autores de los comentarios ni siquiera por una pulsión cómica: son razones fehacientes por las que se necesita a toda costa salir a gritar a la calle. Porque igual no se alcanza a ver, pero estos son los orígenes de las violencias que sí resultan evidentes, de los asesinatos, los golpes, el abuso psicológico, y una larga lista de etcéteras.

Ese miércoles, todas, desde nuestra circunstancia y sin importar nuestro lugar de origen, nos vestimos de negro y nombramos a las víctimas de un sistema patriarcal que no sólo nos impide caminar en la calle sin tener miedo, sino que nos mata. Sí, nos mata. Hay por ahí quien dice que suena muy radical, que ni es siempre y que ni es a todas, que no son todos los hombres los que matan, como si todo esto fuera una excusa para mirar desde los márgenes y esperar a que te toque tu turno. No hace falta que maten a millones de mujeres para que el feminicidio exista.El feminicidio existe porque una vida de una mujer se acabó. Una vida perdida a manos de la violencia machista es más que suficiente para que el coraje nos sobrepase y gritemos al mundo que queremos seguir vivas. Y ojalá fuera sólo una. Mejor, ojalá fuera ninguna. Son miles. Con flores, poesía, y el corazón acompañado, desde Austin, Texas, nos unimos a nuestras hermanas latinoamericanas a lo largo y ancho del continente para recordar a las mujeres que han sido asesinadas simplemente por ser mujeres y tener un cuerpo. Pero, sobre todo, nos reunimos para poder empezar a tejer un presente donde ser mujer no sea sinónimo de ser sobreviviente. Vivir nunca es lo mismo que sobrevivir.

En Estados Unidos, el feminicidio parece algo ajeno, como de otro planeta. Mientras que para la gente en América Latina es una palabra que ya está incorporada al léxico cotidiano, a algunos les suena parecido a hablar de cuando Harrison Ford mataba replicantes en Blade Runner. O sea, no me compete, está allá, lejos. Pero el feminicidio está presente, y hay que empezar a nombrarlo aunque estemos aparentemente a millas de distancia de donde está el horror. El campus de la Universidad de Austin vivió este horror hace menos de seis meses. Hace falta saber decir el dolor, dibujar el contorno del sufrimiento y extender las manos hacia otras mujeres que, como una misma, podrían ser la siguiente. Es verdad que el silencio puede ser también una forma de resistencia, pero no en este caso: en este caso, el que calla, otorga.

Cuando un hombre sale con una chica que conoció en Internet, su mayor temor es ¿que sea gorda? ¿que no responda un patrón de belleza?; cuando una mujer sale con un hombre,, el mayor temor de la chica es que el hombre sea un asesino o un violador.
Y luego dicen que para qué marchamos.

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