En unos cuantos días será la 86th entrega de los Óscares de la Academia (the 86th Academy Awards) en donde Meryl Streep está nominada como actress in a leading role por el papel de Violet en August: Osage County. Esta cruda comedia retrata la historia de tres generaciones de madres disfuncionales, Violet pertenece a una de ellas. Y sin querer echar a perder la película, para quienes no la hayan visto todavía, solo he de decir que la protagonista principal lucha entre su relación complicada con sus hijas y las oscuras aguas de los recuerdos de una madre represiva y cruel. En varias escenas Violet es la total antítesis del “ángel del hogar”, en otras incluso, la “madre cloaca” de Sábato.
Esto me hizo recordar lo que tanto nos ha demostrado la literatura, que a veces la maternidad parece más una broma macabra, que la relación perfectamente idealizada del siglo XIX, pues, dentro de las cuatro paredes del hogar, madres e hijos están como Julia Kristeva dice “deeply and painfully involved” (297).
La maternidad, dentro de una sociedad heterosexual y un sistema hegemónico, y no me refiero a lo biológico sino a lo social, queda asignada exclusivamente a la mujer, demandando de ella total devoción y atándola a una obligación vista como exclusivamente femenina. Obligación titánica que lleva todo el peso de lo humano. Adrianne Rich diría “all human life on the planet is born of woman” (12); esa mujer tan humana como la misma humanidad de la hija a la que cuida. Sobre el tema, hace no mucho Nancy Tille escribió para Pterodáctilo un artículo sobre la representación del cuerpo materno en El cuarto mundo (1988), en donde dice que la obra de Diamela Eltit pone el cuerpo embarazado, generalmente silenciado, en el primer plano pero sin idealizarlo.
Otras visiones críticas de la maternidad proponen alejarse de esa visión escencialista y verla como un compromiso que se adquiere por una voluntad propia, es decir, personal. Sara Ruddick, por ejemplo, propone que “to be a “mother” is to take upon oneself the responsibility of child care, making its work a regular and substantial part of one’s working life”. Desde esta perspectiva en el término “madre” quedarían incluidos todos los padres-madres, las madres-padres, y todas las combinaciones de relaciones de parentezco o no que se nos ocurran y que tengan como único común denominador esa voluntad de proteger a un menor.
Desde esa perspectiva deberíamos también considerar en este grupo a algunos hombres que son padres-madres, y que lidiarían con un bebé llorando toda la noche, una niña peleando con su hermano todo el dia, un niño saliendo desnudo de la recámara cuando se suponía debía estar durmiendo, o un adolescente desapareciendo hasta altas horas de la noche con sus amigos sin siquiera decir adiós. Así, la carga de la maternidad dentro de los términos de Ruddick sería repartida de una manera más equilibrada.
Los críticos que teorizan actualmente sobre la maternidad han abordado otros conflictos como consecuencia del mundo moderno. Un ejemplo es el libro The new momism de Susan J. Douglas, donde ahora el conflicto de la maternidad se complica con la obsesión por la social media e incluso dice, que hasta la abuelas tienen que “cibertizarse” para poder cumplir con su función asignada como “cabezas afectivas del clan familiar”.
La idea es seguir desde los estudios de género desmembrando la complicada relación madre-hijos, y entender el origen de inacabables conflictos intrafamiliares que han atrapado a las mujeres en depresiones, sentimientos de culpa, violencia doméstica, o que las ha empoderado para que desde su lugar de madres, cumplan la self-fulfilling prophecy (Bourdieu) que estereotipa a la mujer en su papel de madre histérica, manipuladora o dramática.
La carga que Violet en August Osage County recibió de su propia madre queda inscrita en su conciencia para transmitirla a sus hijas y a las hijas de sus hijas, a menos que ellas valientemente se niegen a seguir cargándola.