Invitamos a Dra. Gabriela Polit, profesora en el programa de español y portuguesa, a escribir sobre sus viajes de investigación. Aeropuertos es la primera de dos contribuciones.
Más allá del anonimato y del movimiento de las ruedas que producen un equivocado sonido a tren cuando siguen la carrera diligente de los hombres, mujeres y niños que apurados tiran de ellas para no perder el vuelo, del anonimato mientras cruzo pasillos largos atestados de gente e inundados de olor aceitoso de comida rápida, mientras los altavoces repiten como dardos robóticos anuncios de seguridad. Más allá del anonimato en el área de espera donde cuerpos anchos, delgados, pequeños están sentados en incómodas sillas de respaldares curvos desde los que contemplan con aburrimiento el pasar de la gente o las filas en las que otros se empujan con sutileza urgidos por atravesar las puertas que los llevarán a sus destinos. Más allá del anonimato mientras observo al grupo de aeromozas que intercambian palabras seductoras con sus compañeros de vuelo y con los pilotos con quienes comienzan o terminan la jornada de trabajo. Más allá del anonimato y de ese joven con sobrepeso que empuja con desidia la silla de la señora mayor que no pierde su aire de dignidad pese al evidente susto que le produce llegar a su destino. Más allá del anonimato entre el vaho a orinas que sale del baño donde a la señora que lo limpia le resta humildad para saludar al grupo de jóvenes recién llegadas en pantalones cortos muy cortos y sandalias de caucho que flipitiflipitean opacando el sonido de sus risas escandalosas. Más allá del anonimato en la esquina de aquel pasillo donde un grupo de cuerpos alienados miran el universo de sus vidas en pantallas que van de 12 x 5 hasta 20 x 15 centímetros. Más allá del anonimato y el mal gusto de tanto zapato con brillo, de tanto pantalón ajustado, de tanto busto inflado con silicona, de tanta cadena de oro; del movimiento apresurado de mujeres y hombres neuróticos que buscan en algún bolsillo de sus bolsos el tiquete de avión o el documento que los identifique mientras la niña de la señora parada junto a una enorme columna cuadrada grita de angustia, de hambre o de cansancio por transitar este universo claustrofóbico y uniforme, suma de anonimatos y al que resiste a formar parte. Quiere ser reconocida como ella, única, suprema, indispensable, como anuncian la agudeza de sus gritos. Más allá de mi anonimato y la risa discreta de los hombres de camisa blanca de planchado impecable y de sus mujeres de bolsos grandes de colores y de marca, con uñas pintadas de rojos sangre y cabellos rubios, que contemplan el mundo con seguridad y sin apuro porque saben que viajarán en los primeros asientos del avión, comerán buena comida en vajilla de porcelana y beberán vino en copas de vidrio. Más allá del anonimato y del calzado taco aguja, sea botas o sandalias de acuerdo al hemisferio al que van o del que vienen los pies cuyas mujeres son sus dueñas; más allá de mi dolor de cabeza, de la noche sin dormir, de las luces blancas y la alfombra gris percudido, del chicle pegado en la base de la silla donde me siento, del pan de ocho días que compré con la necesidad de que fuera un pancito fresco, de la banana verde que es la única fruta que conseguí, de las cuatro botellas de agua que he consumido, del intento de dormir en posición cangrejo en esa silla incómoda, más allá de las varias lenguas que escucho y la gran variedad de acentos que me rodean, más allá de todas estas formas de anonimato, en el aeropuerto de Tocumen de Panamá me sentí infinitamente más a gusto que en George Bush de Houston.