Cuando la tierra tiembla de memoria

Me senté con mis pies dentro del agua ­–congelados y ya rojos por el frío del agua– y no pude evitar pensar en las personas que habitaron estas tierras.

Por Pilar Villanueva-Martínez

Eran las once y media de la noche cuando llegué a este gran rincón al este de Virginia. Tomé un lyft desde el aeropuerto y anduvimos cuarenta minutos por una carretera cada vez más oscura. Nunca había estado en estos lados pero confiaba en que cuando llegáramos a destino sabría dónde ir. Al final de un largo y callado viaje en el taxi, nos metimos en un camino que tenía un cartel con las palabras “Welcome to Oak Spring”. “Bien, llegamos”, pensé, pero seguíamos avanzando y ya no había nada más que oscuridad y terrenos de agricultura alrededor. Dimos unas vueltas y solo se veían barns rojos alrededor pero ni siquiera una luz encendida. Empecé a paniquear y el conductor del lyft también. Con miedo probablemente de que lo puse en alguna trampa y quería asaltarlo, me dijo que debía irse, que estaba lejos de su casa. Me imaginé sola en la oscuridad, en medio de la nada, en un suelo que nunca había visitado. Por suerte, justo cuando todo iba a terminar mal, aparece un auto más. Me bajo, le digo que vengo de invitada a un workshop de escritura. Me reconoce y me guía hasta mi habitación. «Uff, esta visita no terminaría como una mala película de terror». 

El workshop de escritura se titulaba “Writing the Landscape”. No tenía mucha idea qué íbamos a hacer pero me cautivó el nombre y el lugar lleno de verde que nos alojaría. Más temprano que tarde, me di cuenta de que era el fundo de los millonarios estadounidenses Paul Mellon and Rachel Mellon. Lo único que sabía de estos filantrópos era la famosa Mellon Scholarship que varies amigues se habían ganado –amigues con proyectos con una fuerte base social–, por lo que me sorprendí el conocer el contexto de esta pareja que, como el noventa por cierto de los ricos, conllevaba una fuerte historia colonial.

Árboles de manzanas recién cosechadas acompañaban el paisaje de cada uno de los aposentos. Les que veníamos a este workshop nos quedamos en las guest rooms, que originalmente correspondían al establo para los caballos de carrera de Paul Mellon. Ahora remodeladas, las habitaciones se conectaban en esta residencia en forma de u. A unos pasos, estaba la gran  casa en que vivían los Mellon (una de sus tantas casas) y la increíble librería que mandó a construirse Rachel Mellon, con una vasta colección de libros sobre jardín, botánica y otros misterios. Como amante de los secretos, sabiduría y coquetería que esconden las plantas, me fascinaron las pinturas y los libros escondidos allí. Era como si estuvieran esperando ansiosos por ser leídos.

Me dediqué a escribir con los increíbles prompts que nos dejaba la profesora que nos guiaba. Eran ejercicios que se centraba en tomar atención a nuestro alrededor. En mi primer ejercicio hice mi primera caminata por el lugar y llegué hasta la corriente de un río. Me senté con mis pies dentro del agua ­–congelados y ya rojos por el frío del agua– y no pude evitar pensar en las personas que habitaron estas tierras y, más aún, que la trabajaron mucho antes de que esta familia se asentara aquí.

De a poco la incomodidad por la historia comenzó a crecer. El fuerte contraste entre la opulencia del lugar, mi propia vida creciendo en el tercer mundo y habitando vecindarios populares, y la historia de esclavización y despojo hacia quienes vivían allí, se hizo difícil de manejar. Al preguntarle a un par de personas del lugar si sabían más sobre el período de esclavitud o sobre los pueblos indígenas de ese territorio, la respuesta fue prácticamente nula. ¿Cómo disfrutar de ese paisaje con su inmensa diversidad de flores, que brotan aún en los vestigios del otoño, y absorber esa tranquilidad cuando la tierra esconde abusos, violencia, muerte y sufrimiento?

Entré al sitio web native-land.ca para verificar qué nación indígena habitaba esas tierras y, al menos, ofrendar algo en su honor. Me encontré con que el pueblo Manahoac vivió en ese territorio pero no pude encontrar mucho más sobre el período en que esta hacienda dependió del trabajo de las personas esclavizadas.

Viviendo esta contradicción, escribí. Escribí mis pesares, mi memoria cortada, los recuerdos de la tierra en que crecí, la hostil ciudad de Santiago, el sufrimiento que el río me confesaba. Hoy les quiero comparto uno de esos fragmentos de tierra y memoria:

Smell of old books me recuerdan a José Donoso

¿Cuántas Manuelitas vivieron en estos cuartos de sirvientas?

¿Cuántas cartas quedaron en los cajones?

¿bajo la cama?

¿bajo la alfombra?

¿Cuáles son las cartas que desechamos?

¿Cuáles son los cuerpos que olvidamos?

Smoothness, neatness, elegance

what is consider an object of beauty?

sounds interrupting silence,

if there is such a thing called silence.

Roughness as the opposite of beauty,

that’s what I am, roughness on the surfaces of a body.

What is my roughness?

What is my ruggedness?

La aspereza de mi suelo,

ruggedness to remember.

Are we mere picturesque beings playing to be humans?

craggy sides of a mountain

a rough ruin.

“in vain wild beauties decorate the wood”

Now I return.

“I got up gay and bright,” Mary Russell said once.

I don’t know who she is or what she meant,

but I felt like that too.

A bird sings his only song for his mate.

Imagen: Flickr y Pxfuel

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