Estos no van a ser diez pasos. Hace mucho que perdí la claridad mental que se necesita para enlistar procesos emocionales. Claridad mental para procesar emociones. Piensen en eso un ratito, ahí se las dejo al costo. Algo de contexto sí: recientemente empecé a salir con un gringo. Un blancazo. De esos que no se sabe muy bien al ritmo de qué están bailando. De esos a los que temes preguntarles “so, uhm, who did you vote for?”. Y bueno, ya desde ahorita se empiezan a ver las dificultades, ¿no?: o sea, ¿salir es equivalente a date? El rango de datingen inglés es tan amplio que me da dolor de cabeza. O sea, ¿somos novios? Because we’re dating, right? No sé si esas cosas son equivalentes. En fin, que I’m datingun gringo. Whatever that means, me voy a aprovechar de la ambigüedad del concepto. Y tener que hablar en inglés con una pareja romántica es una de las cosas más marcianas a las que me he enfrentado hasta ahora. Amplío.
Cuando me fui de intercambio a Canadá, una maestra me dijo que teníamos tantas personalidades como idiomas éramos capaces de hablar. Yo estaba aprendiendo francés y sentía que mi yo en françaisera como una de esas personas que hacen chistes malísimos y todavía creen en el wet lookcomo peinado viable. Desde entonces he tratado de catalogar mi desorden de personalidad múltiple de la siguiente forma: en español soy yo, esta mera petatera, grosera y suavecita; en inglés soy algo así como una versión de Daria pero from the valley, y en francés ahora tengo la personalidad de Jennifer Aniston. O sea sí, chafísima, como morder un kleenex o puré de papa sin sal. No estoy satisfecha con mi yo en inglés. Ya hace mucho que trato de no ser esa adolescente, pero al final el inglés que tengo ahorita lo aprendí sobretodo escuchando música depresiva y viendo películas a las que no les entendí nada tipo Videodrome de David Cronenberg.
Es raro, porque el idioma más cercano a mi corazón es el mío, este en el que les hablo. Tener que hablar en otra lengua automáticamente construye un muro de distancia afectiva alrededor de mí. Está bien si en esta parte pensaron en alguna metáfora relacionada con el muro de Trump. I digress. Voy dando pasitos, acercándome al centro de mis afectos tratando de decirle palabras que signifiquen algo para mí, o para los dos, más allá de las funciones literales del lenguaje. “¿Dónde estás, güero? Ven a darme un abrazo”. Obtengo respuesta (positiva) y luego un mensaje que lee algo como “pero like is that ok with your roommate?”. Una pequeña victoria: usó una palabra en español. De forma casi orgánica, quiero pensar. Luego me dice que “güero” es el único nicknameque ha aceptado en su vida. Me suena una alarma, atención a la pulsión académica: wow, ¿me está fetichizando? It’s ok if he is. I am too. Porque yo también me pongo temblorosa de las rodillas cuando lo pongo a leerme poemas con acento tejano. No sé en qué chingados me he convertido. PhD en valer verga.
Sigo sintiendo que hay una parte de mi que se diluyó en el proceso de traducción, y no sé como enseñárselo. Quizás algo de bueno hay en ello, como decir que en inglés no soy tan ansiosa, ni tan intensa. En inglés no le puedo estar preguntando todo el tiempo que si me quiere, que si le parezco bonita, que si me agarra una nalga. Bueno, esto último sí. Pero no me gustan las opciones de palabra: butt, ass, glutes, tusch, buns. Cómo le digo: touch my ass? Grab my butt? No es lo mismo. No se siente igual que agárrame las nalgas. Igual se lo digo. En los dos idiomas, y en los dos idiomas sabe muy bien de qué forma hacerlo. Otro pequeño triunfo.
Otra cosa es redescubrir elementos del imaginario que ya son tan de una que parece que siempre estuvieron ahí. Hace unos días pasó con Volcán, de José Rómulo Sosa, akaEl Príncipe de la Canción, akaJosé José. Ahí tienen que íbamos en el coche y en eso voltea y me dice “this song makes me want to cry, he sings with such passion”. Pienso: sí. Es cierto. Ya se me había olvidado la potencia de la voz del Príncipe, la cara de Marco Antonio Muñiz cuando cantó El Triste en el festival de Viña. Por supuesto, no entiende nada, y le voy traduciendo cachitos. “Yo que fui tormenta, yo que fui tornado, yo que fui volcán, soy un volcán apagado”. Me detengo y digo: ¿cómo me pasó desapercibido esto? Y voy así, andando, diciéndole “güero, déjame enseñarte más cosas porque así me las voy enseñando a mí misma también”. ¿Qué les puedo decir? No sé si esto sea doblar la rodilla ante el imperio. En casa dirían que ya triunfé porque ya me ligué a “un americano”. Tamaña traición a mi grupo identitario he cometido. Mea culpa, I guess.
Me imagino que llega el día en que aprende español y se da cuenta de quién soy en realidad y dice, I think we should stop hanging out. O me lo dice en español, mejor ahí le paramos. Nótese el uso de la pragmática. Pienso que se da cuenta que digo un millón de groserías y que entiende -por fin- todos los usos de la palabra “verga”, que con tanta diligencia se ha empeñado en tratar de desentrañar. Bitch dick, son of a dick, it’s dick, hey dick. Que al final dice, no quiero una morra tan malhablada. Que me manda a la verga en español después de haberme desarmado entera en inglés. Porque claro, ¿por qué saldrían bien las cosas? Estar escribiendo esto no puede ser más que una señal de que no van a salir bien. Le mandé una foto de unas máquinas operando a una uva y no me la ha contestado. Obvio todo ya se fue a la verga. It all went to the dick, diría él.
De pronto una sacudida violenta, un insightbrutal. Lo comparto a continuación en forma de una línea de un poema de Paul Celan, originalmente escrito en alemán, aquí traducido al inglés para guardar las formas de las lenguas anglosajonas:-
There: a feeling.