El fútbol es cosa de todas

A propósito de los comentarios de falta de apoyo a las selecciones femeninas de fútbol en Latinoamérica, una exhibición temporal en el Museo del Fútbol en Sao Paulo cuenta la historia de mujeres que, en las canchas o fuera de ellas, hicieron la diferencia para que el deporte más bonito del mundo sea también accesible para todas.

 

Una de las entradas del Museo del Fútbol, en Sao Paulo, dice «¿qué haría si le prohibieran jugar su deporte favorito durante cuarenta años?». Y uno se pregunta, porque la pregunta es más que válida, ¿de cuándo acá está mal patear un pedazo de cuero? La historia del deporte no es de solo triunfos y derrotas, sino también una de silencio y prohibiciones. A cuántas mujeres nos han prohibido jugar fútbol nuestros padres, nuestra familia, nuestros propios amigos diciéndonos que «jugar fútbol es de machos», que «parecemos manes con esos guayos», «vamos a quedar con unas piernas horribles». Y así, como se supone que las mujeres no deberían jugar, se tiende un manto de silencio sobre las que sí lo practicaron o practican. El museo de fútbol de Sao Paulo, ubicado en el estadio Pacaembú, hace lo que mejor pueden hacer los museos: mostrar que los silencios están plenos de historia. El hashtag que acompaña la muestra sobre las mujeres en el fútbol brasilero es «visibilidade para o futebol feminino», y muestra la lucha de las brasileras, dentro y fuera de las canchas, para que los juegos no fueran prohibidos ni por la policía, ni tuvieran que ser organizados dentro de lugares no oficiales o clandestinos, como circos, ni sus jugadoras detenidas por la policía o denunciadas por la iglesia por ir en contra de los valores del Estado y la familia. Todo por ir detrás de un balón.

A pesar de que los partidos de fútbol femenino se organizan en este país desde 1921, la práctica estuvo prohibida por la ley 3199, instituida en el Estado Novo en 1941, que también prohibía el rugby, la halterofilia, el béisbol, el polo y la lucha. Este no fue solo el caso de Brasil: en el Reino Unido el fútbol fue prohibido en 1921 y en Francia en 1932. Solo fue restituido en 1970 en ese país, y en Brasil se despenalizó solo hasta 1979, aunque solo se reglamentó su práctica en 1983. La primera Copa mundial de fútbol femenino se realizó hasta 1991 (por cierto, el primer álbum Panini de la Copa mundo femenina salió en 2011, y circuló únicamente en Alemania). ¿Son las medias largas de algodón, las pantalonetas largas? ¿El hecho de que las mujeres dejaran de estar glamorosamente inmóviles?

 

El fútbol es cambio de ritmo, roce, contacto y fuerza. Pero también la sensibilidad de la planta del pie y el empeine, la comprensión del espacio del cuerpo en movimiento. Aunque las mujeres que corren y no son una salvavidas semidesnuda en una playa de California todavía incomodan, el museo muestra los rostros, los cuerpos y los movimientos de esas mujeres: los goles de Marta y Formiga, dos de las jugadoras más famosas de la selección, aparecen junto a los goles más memorables de Garrincha o Ronaldo. El museo también pregunta ¿de quién es el fútbol? («O futebol é coisa de quem?»), y aprovecha para contar la historia de mujeres pioneras que lucharon para que pudiera ser jugado por todas.

 

En un mundo en el que los patrocinios para estas mujeres son escasos, y el dinero para los viajes y las concentraciones es casi grosero por lo exiguo, la muestra es un llamado de atención y un respiro. Lo es, entre otras, porque los objetos e imágenes que cuentan esta historia están integrados dentro de la muestra general del museo: no están en un sala aislada, no son una historia aparte: son la historia misma. Por ejemplo, la camiseta oficial de la selección brasilera que exhibe el museo en uno de sus corredores no es la de Romario o Bebeto, o Cafú y Roberto Carlos, sino la camiseta firmada por las jugadoras que obtuvieron el segundo lugar en la copa mundo del 2011. La historia del guayo (sí, hay una historia del guayo), cuenta con zapatos usados por atletas desde inicios del siglo xx hasta hoy y culmina con uno de los botines usados por Andréia, la arquera de la selección. Y es un respiro porque no pone en duda que el talento riña con el hecho de ser mujer, mientras la FIFA aún realiza pruebas de comprobación de sexo a las atletas de la Copa Mundo que se está llevando a cabo en Canadá en canchas de grama sintética en vez de grama real (¿cómo caería Neymar en esa grama que quema la piel y raspa cada vez que uno roza el piso?).

 

En estas semanas de mundial se debate el lugar que le hemos dado a las selecciones femeninas, y si hemos elogiado el talento y las jugadas espectaculares de las colombianas Andrade y Rincón, o de las estadounidenses Wombach y Morgan, también somos conscientes de que las Federaciones de fútbol de los países hispanoparlantes son retrógradas y machistas, y no pagan ni dan el trato a las mujeres atletas que reciben los hombres. Algunas de estas mujeres combinan la competencia de altísimo nivel con estudio o trabajo. Ellas también merecen hacer parte de la historia cultural y deportiva de nuestros países, no porque sean «mujeres» y por ello merezcan un lugar, sino por sus méritos, porque son excelentes atletas. En el caso especial de Colombia y Brasil, llegar a octavos de final de una Copa Mundial es hacer historia, e hizo volver los ojos de los ciudadanos a un proceso relativamente reciente, pues estos países jugaron sus primeros partido oficiales con la selección femenina solo hasta la década de 1990. Tras casi veinte años de trabajo hay cada vez mejores resultados. Latinoamérica tiene un fútbol femenino en ascenso continuo, empujado no solo por la institucionalización y reglamentación de sus prácticas, sino por el talento y la disciplina de sus jugadoras. Ahora las mujeres somos admitidas en las escuelas de fútbol, y nuestros países tienen cada vez más y mejores jugadoras. Fruto y testimonio de ello es esta muestra temporal en el museo del Fútbol, en Sao Paulo. Con el deseo de que se convierta en parte de la exhibición permanente, como debe ser, el museo del estado Pacaembú hoy celebra los goles, los triunfos y recuerda las derrotas de mujeres y hombres por igual.

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