Así como Hannah es adicta a archivos digitales, yo lo soy a hemerotecas y bibliotecas antiguas, de esas que acumulan toneladas de documentos en edificios con arquitecturas espectaculares o en modestas colecciones privadas; de las que te reciben repletas de libros, periódicos y estantes impregnados de olor a madera, a viejo y a naftalina.
La investigación de fuentes directas me ha ayudado en mi disertación a entender y profundizar lo que quiero decir, y también a poner los pies en la tierra cuando arrogantemente pretendo hablar sobre el sujeto que estudio, así como sobre su circunstancia en la lejanía del tiempo.
Dependiendo del periodo que trabajemos y de los temas que tratemos, muchos de nosotros pasamos horas en archivos, hemerotecas, conventos o iglesias, viendo catálogos, revolviendo toda clase de documentos, respirando polvo a través de un tapabocas. Pero además de la satisfacción que nos da encontrar lo que buscamos o más, hacer este tipo de investigación nos enseña una faceta diferente de nuestra disciplina.
En el caso de México, y creo yo en otros países, esta es una aventura que requiere de ciertas estrategias, sobre todo cuando dispones de poco tiempo y recursos. Y aunque cada archivo es único, hay cosas que funcionan para muchos de ellos.
- Primero, el bibliotecario tu aliado. Es bueno empezar a escribirte con el bibliotecario semanas o días antes de hacer el viaje, así como saberte su horario y los días festivos en que el archivo cierra, para no tener la mala fortuna de coincidir con ellos y perder tiempo valioso. Él también te puede guiar con el papeleo previo.
- Segundo, el equipo para la odisea. Es bueno llevar, además de múltiples cartas de presentación de tu director de investigación y otros maestros, varias copias de tus identificaciones, fotografías para las credenciales, guantes y tapabocas de todos tipos, una lupa por si acaso, pastillas contra la alergia por el polvo, y algún “recuerdito” para el bibliotecario, el que saca las copias o hasta el señor de la puerta. Todo eso debe caber en una bolsa pequeña, pues muchas veces no te dejan meter mochila, como en el caso del Archivo General de la Nación en México, alojado en lo que era la prisión de Lecumberri.
- Tercero, saber qué hay. Antes de tomar un avión e ir a buscar el “tesoro perdido”, es bueno revisar los catálogos en línea de las bibliotecas, para tener una idea de qué acervo hay que consultar y qué es lo que tiene. Muchas veces tienes la suerte de encontrarte en los archivos con investigadores que son muy generosos y te comparten lo que ellos ya han encontrado, como en el caso de la Dra. Linda Arnold de Virginia Tech University.
- Cuarto, capturar el pasado. Obtener los permisos para sacar imágenes, dependiendo del archivo, puede ser muy complicado. Muchas veces tienes que llenar varios formularios y pedir permisos en múltiples dependencias, como en la Hemeroteca Nacional de la UNAM. Otras veces no te dejan sacar tus propias fotos y tienes que pagar una cantidad considerable para que ellos las saquen por ti. Cuando las copias son pocas, lleva monedas pues a veces las prefieren a los billetes.
- Quinto, cuando la realidad te alcanza. Archivar las imágenes de los documentos, especialmente cuando se trabaja con periódicos y revistas, debe ser la parte más metódica de todo el proceso, registrando cada una de ellas con la información del archivo de donde salió y haciendo notas que te ayuden a identificarlas. Muchas veces regresas feliz de tu viaje de investigación para darte cuenta que te faltó en una o varias imágenes: el número de tomo, la fecha de la publicación, el autor, o que te saltaste una página y cortaste en dos la cita que era vital.
Los archivos, las bibliotecas y las hemerotecas son un reto y un juego de paciencia, pero a la vez una buena oportunidad para entrar en una conversación que nos da la pauta para cuestionar no solo el pasado, sino también nuestras realidades inmediatas muchas veces vistas ingenuamente como construidas hace poco, o como categorías inamovibles que hemos hecho propias.
Algunos archivos que vale la pena visitar en la ciudad de México: Biblioteca Lerdo de Tejada, Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, Archivo General de la Nación y su Colección del Archivo Secreto Vaticano, Biblioteca del Arzobispado, Biblioteca del Seminario Conciliar de México, Hemeroteca Nacional en la UNAM. En Oaxaca: la Biblioteca Burgoa en el antiguo convento de Santo Domingo, el archivo de la Mitra en Catedral. En Puebla: Biblioteca La Fragua en la Universidad de Puebla, Biblioteca Palafoxiana en la Casa de la Cultura, Archivo del Cabildo y Notarias, Biblioteca Franciscana de la Universidad de las Américas en el convento de San Gabriel.
http://www.bibliotecaburgoa.org.mx
http://www.adabi.org.mx
http://www.agn.gob.mx/menuprincipal/serviciospublico/servicios/visitas.html
Un comentario
Gracias Adriana por esta información súper útil! Aunque no hago mi investigación en México (o por lo menos no me ha hecho falta hasta ahora), los consejos sirven para otros lugares también. Y tienes mucha razón en lo que dices de archivar la información – ya me ha pasado que volví a casa y noté que faltaba un pedacito de algo, o un dato.