¿Conservatorios? ¿Departamentos de música? ¿Academias? Con frecuencia estos tres nombres se usan indistintamente para referirse a las instituciones de educación musical; sin embargo existen vitales diferencias entre uno y otro, ya que el foco de las mallas curriculares y las exigencias tienden a ser distintas. La gran pregunta que resalta es de que manera debe ser entendida la educación musical especializada en el siglo XXI, debido al contexto actual y a las habituales tensiones que existen dentro de estas instituciones, entre intérpretes, compositores y musicólogos. Latinoamérica no está exenta de este problema debido a que en general, usamos esta denominación indistintamente, sin dimensionar las implicaciones y prioridades de cada uno.
En Estados Unidos y Latinoamérica, la educación musical de pregrado y postgrado está dentro de la universidad, razón por la que los músicos pueden llegar a recibir una licenciatura, maestría, en incluso doctorados. En Europa, por el contrario, y pese a un paulatino cambio en el modelo en algunos lugares, la música tiende a estudiarse en conservatorios en los cuales el estudiante obtiene licenciatura, pero donde los estudios de postgrado tienden a estar enfocados en diplomas, certificados y especializaciones instrumentales. La principal diferencia que aparece a primera vista, es el contenido teórico que se imparte, relacionado con cursos de armonía, historia, contrapunto y otros. La segunda diferencia, y quizás más fundamental es el concepto que hay detrás: ¿músicos qué sólo tocan un instrumento, o músicos que además pueden desenvolverse en otras actividades relacionadas? ¿Músicos como ejecutantes o músicos como intelectuales?
Los conservatorios surgieron en Italia, durante el siglo XVII, donde niños huérfanos eran “conservados” e instruidos en el perfeccionamiento instrumental. El nombre conservatorio viene de ahí, no del hecho de que éste es conservador en cuanto a la tradición por naturaleza, como piensan muchos. El hecho que se hayan cargado de esta concepción posteriormente es algo que ayuda a entender la tensión actual. Estos conservatorios estaban concentrados en una formación de dominio instrumental, que pueden estar relacionados con los colegios de orientación artística que existen en muchas partes de Europa, donde de una manera u otra, el estudiante es determinado para su futuro por esta educación que enfatiza los aspectos musicales, pero disminuye la influencia de una educación más completa en humanidades y ciencias. En otras palabras, se enfatiza el carácter técnico de la profesión, que se mantiene en la educación superior en Europa, con excepciones de nuevos programas en España y Alemania. En Latinoamérica y Estados Unidos, la realidad es distinta. Por un lado, la cantidad de colegios especializados en educación artística es mínima y el potencial estudiante de música recibe la misma educación del resto, teniendo que lidiar con sus horas de práctica y sus deberes habituales como cualquier otro estudiante. Por otro, las universidades tienden denominar a sus secciones como departamentos de música con el fin de incluir en ellas carreras de interpretación instrumental, composición, teoría, y musicología. En Estados Unidos, la formación es más diversa aún, ya que el alumno debe tomar asignaturas de otros departamentos cuando está en pregrado y tiene la opción durante sus cursos de postgrado de realizar algo similar. Más aún, en la educación de postgrado, el estudiante estudia asignaturas teóricas de grueso calibre como historia avanzada, teoría atonal y otras similares.
Ambas visiones tienen sus ventajas y desventajas. Una enfatiza el dominio instrumental, como ejecutante con nociones básicas de otras áreas musicales, y la otra forma de una manera más diversa, pero quizás menos especializada en cantidad de horas de práctica, debido a la carga académica. En la primera el ejecutante tiene la posibilidad de dedicar horas y horas a su instrumento sin muchos otros cursos que lo distraigan. En el segundo el ejecutante posee una mayor carga académica, que puede afectar sus horas de práctica debido a la necesidad de dedicar horas a los cursos teóricos; sin embargo, esto no ha significado que los músicos en escuelas estadounidenses o latinoamericanas tengan una peor formación a nivel instrumental. La gran pregunta es entonces, ¿cuál debería ser la formación en pleno siglo XXI?
El primer punto es la realidad de estilos y diversas tendencias que un instrumentista debe dominar. Hace doscientos años, la música era básicamente tonal, y la rigurosidad histórica y estilística que emergió en la segunda mitad del siglo XX no estaba siendo desarrollada. La segunda escuela de Viena no había hecho sus contribuciones, y el sistema dodecafónico no era una realidad. Todo el cambio producido a principios del siglo XX, exige un mayor conocimiento teórico que permita el intérprete conocer esos lenguajes. Con frecuencia los compositores y teóricos intentan (muchas veces sin éxito) que los instrumentista toquen más música del siglo XX y XXI. Los profesores de instrumento se niegan y quejan diciendo que es una música “difícil de comprender” y de menor calidad que el repertorio tradicional. ¿De qué manera el instrumentista puede comprender esa música si no conoce o no está interiorizado de las técnicas composicionales de los dos últimos siglos?
La segunda realidad es la relacionada al trabajo de los músicos. Actualmente, la orquesta es el lugar ansiado por muchos instrumentistas, ya que es una posición de trabajo segura, en la cual el músico puede optar a una jubilación y otros beneficios. Sin embargo, la realidad ha demostrado otra cosa. Las orquestas se cierran, se fusionan, y el instrumentista formado en una dimensión, tiene que buscar de qué manera adaptarse a este nuevo escenario. ¿Música de cámara, enseñar instrumento? Ambas requieren una gran cantidad de imaginación para poder desenvolverse en una realidad en la que la autogestión se ha vuelto fundamental. En la actualidad, el instrumentista egresa y se da cuenta que el camino del “concertista” está destinado sólo a unos pocos, encontrándose con una dura dicotomía entre la formación y las enseñanzas que recibió en comparación a la realidad del mundo laboral.
El tercer punto es la realidad académica. En vista de que muchas instituciones están valorando o están moviéndose hacia una formación más completa que enfatiza también aspectos teóricos, un instrumentista ya no puede ser sólo eso. Debe ser capaz de gestionar proyectos, explicar sus programas de concierto, escribir sobre ellos, cautivar audiencias a través de la palabra, y quizás ser capaz de enseñar otros cursos. De esta manera poseería más capacidades y estaría más preparado para el mundo real. A la vez, debe ser capaz de desenvolverse con mayor flexibilidad para enseñar no sólo su instrumento, sino que también dirigir ensambles, enseñar historia y otros cursos similares. Personalmente, me inclino por esta segunda opción en la cual la formación más completa debe ser un objetivo. La realidad de la música clásica, incluso desde el punto de vista estético exige una mayor visión a nivel general más que sólo agilidad instrumental. La musicalidad que tanto se pide a los intérpretes está determinada por el conocimiento estilístico, histórico, y teórico. Difícil será cantar un melodía si no se conoce la función armónica de esa nota, si sólo se observa la línea melódica, si no se sabe si la nota está en relación de consonancia o disonancia respecto a la armonía; o bien, qué relación interválica posee con las otras notas que suenan al mismo tiempo y que no están en su parte solista. Más aún, un mismo acorde puede ser interpretado de manera distinta dependiendo de su significancia histórica de acuerdo al estilo de su época.
Estos tres objetivos chocan con las prioridades de escuelas de música y conservatorios, que pueden no estar escritas, pero que sí se ven en la práctica; con frecuencia las asignaturas teóricas e históricas no son vistas como prioridad, e incluso en ocasiones son tildadas de innecesarias por profesores y alumnos. No obstante, la realidad está diciendo otra cosa, ya que las instituciones tienden a buscar músicos con la mayor cantidad de habilidades posibles, en tiempos en que necesitamos que la música clásica gane en audiencias y recursos. Es cierto que algunos preferirán seguir un camino enfocado sólo en un desarrollo instrumental, lo cual es valorable: sin embargo debemos sincerar las cosas. Debemos hacer conocer a los estudiantes la realidad a la que se enfrentan, sin miedo a aumentar la exigencia en admisiones, aunque esto signifique disminución de matrícula. Si es así, debemos al mismo tiempo tener creatividad para generar recursos.
En Latinoamérica no debemos esperar. Nuestras mallas curriculares tienden a estar basadas en parámetros del siglo XX y no del XXI, ya que están basadas en sólo una dimensión del instrumentista. En este sentido, es vital la inclusión de asignaturas que le entreguen al intérprete un mayor conocimiento de las técnicas composicionales del siglo XX. Por otro lado, también se deben incluir asignaturas que den cuenta de toda la tradición oral de la música latinoamericana, con el fin de que esta ingrese de manera firme y segura a la academia. Si a esto podemos agregar cursos que ayuden como gestionar políticas culturales, como elaboras proyectos, y como generar audiencias, avanzaremos en el camino correcto, dando la opción que el estudiante los tome. Por último se debe enfatizar la relación entre estudiantes de interpretación, musicología y composición, con el fin de generar lazos de colaboración y de proyectos conjuntos. Vital será en este punto la creación de ensambles de música contemporánea en la que todos los estudiantes tengan algo que decir, y que no participen sólo los que tengan algún interés. De esta manera estaremos contribuyendo a una formación más integral y acorde a la composición contemporánea. En este sentido, es de suma importancia que las instituciones incorporen académicos jóvenes que han terminado o están terminando sus estudios de postgrado en Europa o Estados Unidos, de la misma manera que ocurre en facultades de humanidades y ciencias. De esta forma traerán nuevas perspectivas, mayores conexiones y una visión actualizada de lo que ocurre en el extranjero.
Finalmente, los principales responsables de llevar adelantes estos cambios y énfasis en las prioridades curriculares son los músicos y académicos más jóvenes, debido a que están más próximos a la realidad que estamos viviendo. De lo contrario, nos podemos quedar sentados en el camino y ver como las nuevas generaciones lamentarán en el futuro su falta de formación, sin darse cuenta de que eran los principales responsables e interesados.