Conocí a Eduardo Chirinos porque el oficio de la edición tiene días de milagro. A veces, uno de los libros sobre la mesa de trabajo es radicalmente distinto a los demás. De repente, trabajamos más para tener tiempo y atenderlo. Volvemos a él entre tareas. Hablamos de él en el almuerzo. Nos lo llevamos el sábado a la casa. Hablamos con el autor, y descubrimos en el libro y el autor igual tesoro. El tiempo que le dedicamos es corto, y es así porque la poesía en una editorial académica es un privilegio pero rara prioridad en los horarios. Así, pues, un libro de un poeta peruano, que publicaba desde la década de los ochenta llegó en una pirueta a mis manos, enfilado para la colección de poesía de una universidad en Bogotá en el 2014.
El nombre de Eduardo sonaba en las antologías de poesía peruana y latinoamericana de los años noventa. Había sido editado, en prosa y en verso, en México, Venezuela, en España, en Perú, y en Estados Unidos y en Francia en traducción. Pero hay cosas más importantes para hablar de Eduardo. Chirinos tenía maneras suaves y una forma generosa de aproximarse a la escritura. Maneras suaves, insisto, en sus poemas, la curiosidad del niño coleccionista que recopila y describe con igual emoción. Es por esa curiosidad que existe Coloquio de los animales (2014), el texto que llegó a nuestra mesa editorial de la Universidad Javeriana en Bogotá. Chirinos había escrito sobre animales por más de treinta años, así que creó un libro-arca para juntarlos. Okapis, escarabajos, leones, herreros que cuidan el arca. Vacas que pastan a las orillas Rímac. Osos disecados de aeropuertos. Los ciervos que veía en su ventana de Missoula, junto a su esposa. La ruta de Eduardo en el Coloquio no es solo zoológica. Pasear por las hormigas y las lánguidas ballenas («Alguien/ (no sé quién) ordenó que cantara./ Aunque no llegáramos/ Ordenó que cantara») es también conocer su itinerario de escritura. Buscar sus voces y sus preocupaciones. Ver que su camino estaba poblado de imágenes sencillas y animales: «Dos senderos divergen en el bosque./ No sé cuál de ellos tomar./ Interrogo en silencio los árboles/ los pájaros salvajes/ la oruga/ entre los dedos de Clara/ y pienso que mañana será otro día. Que nunca sabré cuál de los dos elegí» («El bosque del poeta»). Chirinos insistió en retornar a las palabras y hacer de ellas el testimonio de nuestra presencia en el mundo. En la distancia de Missoula, Lima y Bogotá «estas palabras […] han de arder algún día por nosotros» («Poema de la esposa que duerme»).
Hoy, despedimos a Eduardo atesorando la bondad de su escritura. Lo volvemos a visitar en sus descripciones de los bisontes sueltos en un Tchernobyl radiactivo, paraíso feliz sin humanos. «El orden irrespetuoso de las cosas», como él mismo diría, lo trajo para siempre hasta aquí. Sus libros se volvieron, para algunos de nosotros en Iberoamérica, parte de nuestro equipaje literario y sentimental. El mismo orden caprichoso que lo pidió de vuelta nos lo regresa en la escritura («estoy aquí escribiendo este poema, midiendo sus palabras, eligiéndolas con amor y con cuidado, con cólera y con resentimiento»). Bienvenido siempre.
CRÓNICA DE CHERNOBYL
Para Lucía
Cuentan los zoólogos que en tiempos históricos
el bisonte campeaba libremente por los bosques de Europa.
Y es lógico. Si en las cuevas de Altamira, de Lascaux, de Chauvet
se ven bisontes iguales a los que cruzaban las praderas
americanas
antes de ser exterminados por Buffalo Bill y sus secuaces.
Cuentan los historiadores que en la Edad Media
los reyes y señores protegían al bisonte europeo.
Lo criaban en parques especiales y lo tenían de adorno
en los jardines que rodeaban sus palacios. El resto ya se sabe:
la caza, la extensión de tierras de cultivo, las dos guerras
mundiales. Solo en el Cáucaso y en el bosque Bialoweska
en Polonia sobrevivieron manadas en estado salvaje.
El último bisonte del Cáucaso murió en 1919, en plena
Revolución rusa, y en Bialoweska quedaba medio centenar
antes de la Segunda Guerra. Y aquí se acabó la historia.
Hasta que ocurrió el desastre de Chernobyl.
Esa explosión liberó 500 veces más material radiactivo
que la bomba de Hiroshima y supuso la evacuación de 116,000
almas (y la muerte de 31). Fue también la nube radiactiva
que paseó su sombra por trece países antes de la caída del muro.
Este dato es importante: hoy Chernobyl se encuentra repartida
entre Ucrania y Bielorrusia, y es una región intocada de bosques
y pantanos ¿Quién diría que luego del desastre ha vuelto a ser
lo que era antes de los designios de Stalin?
Y aquí vuelvo a los bisontes.
La evacuación de Chernobyl supuso la ausencia de habitantes,
el abandono de sus casas, de sus campos, de sus fábricas de acero
y sus plantas nucleares. Así librada la naturaleza, volvió el castor
a su guarida, el águila a sus nidos, el lobo a controlar la explosión
de conejos y venados. Y volvió el bisonte a punto de extinguirse
para enfrentarse con la nieve cruda del invierno
y el calor insoportable del verano.
Cuentan los biólogos que todos estos animales están en peligro
permanente, que sus cuerpos están contaminados con
material radiactivo (óxido de europio, dióxido de uranio,
aleaciones de circonio y dios sabe qué venenos más).
Pero eso los animales lo ignoran y son felices
en esa porción de paraíso que Europa les concede.
A mí me encantan los bisontes. A media hora de mi casa
hay una reserva donde pastan en relativa libertad.
Hablo de bisontes americanos, claro.
A los europeos los he visto en el zoo de Madrid
y en un documental donde una manada enfurecida
ahuyenta a los lobos para velar a un bisonte muerto.
(De Coloquio de los animales. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2014)
HUMO DE INCENDIOS LEJANOS
[1]
de dónde vendrá ese título humo de incendios lejanos
lo escuché en un parque en el dorso de una oreja rampante
y entregada la luna estaba roja el bosque como siempre pleno
de heliotropos y begonias azules lo escuché en un parque
un perro ladraba la luna estaba roja el sol ya se había ido
[1]
i wonder where the title the smoke of distante fires comes from
i heard it in a park once at the back of my creeping devoted
ear the moon was red the forest as always abloom with
heliotropes and blue begonias yes i heard it in a park once
a dog was barking the moon was red the sun had already set
[2]
vigilaba mis pasos decía bien pero con menos énfasis
las palabras hedían cantaba con dulzura la serpiente
cuidado me dijo es un monstruo un animal deforme
hace años dejé sobre su espalda una hoja de tilo fue
sólo un rasguño una herida en la piel donde se graba
el tiempo donde duerme el halcón destrozado la sangre
en los pechos de krimilda recuerda la sangre en los pechos
pechos de krimilda su muerte a manos de un cazador
de jabalíes la serpiente danzaba la luna estaba roja el
héroe no parecía darse cuenta he perdido la marmita
de oro dijo no sé quién me la ha robado
[2]
eyeing my steps she’d say good but with less emphasis
the words stank to high heaven the serpent was singing sweetly
careful she told me it’s a monstrosity a misshapen beast
years ago i placed a leaf from a linden tree on his back
which left only a scratch a mere flesh wound where time
records its march where the mangled falcon sleeps the blood
on kriemhild’s breasts recalling the blood on kriemhild’s
breasts her death at the hands of some hunter of wild
boars the serpent was dancing the moon was red the
hero didn’t seem to notice i have lost the pot of gold
he said i don´t know who could have stolen it from me
[3]
una vez lo árboles se desprendieron de sus ramas
era primavera no soportaron el peso de la nieve
el sol lucía oscuro los ciervos bajaron de los montes
las ratas huyeron del pantano todo ante mí era alegoría
pero yo no escribí nada
[3]
the trees let go of their branches allowing them to fall
it was spring and they couldn’t beat the weight of the snow
the sun shone darkly deer came down the hills
rats fled the swamp and everything before me was allegory
ye i didn’t write a word
[4]
¿quién vigila mis pasos? ¿quién dicta sus palabras?
¿quién me dice ahora es el momento? no sé
quién vigila mis pasos quién me dicta sus palabras quién
me dice ahora es el momento
[4]
who is eyeing my steps? who is dictating me words?
who is telling me now is time? i don’t know
who is eyeing my steps who is dictating me words who
is telling me now is time
[…]
(Fragment from. Rochester: Open Letter Books, 2012)