Mario Vargas Llosa señaló hace un tiempo que los intelectuales estaban en extinción o se encontraban lejos de la contingencia (ver link). Siguiendo esta línea, es posible darse cuenta que grandes temas que afectan a nuestra sociedad se caracterizan por una ausencia casi total de humanistas en el debate público. ¿Dónde están? ¿Se han escondido o no los dejan integrar la discusión? Paralelamente Estados Unidos y Latinoamérica encuentran a las humanidades y las artes en una difícil realidad: crisis de trabajos, y crisis de programas tanto a nivel universitario como a nivel de enseñanza escolar. Y al mismo tiempo, el tema de la educación es transversal y contingente en ambas regiones. Por tomar un ejemplo, Chile se encuentra discutiendo una gran reforma educacional que puede cambiar todo el sistema que ha imperado en el país, debido a que el actual no ha podido solucionar los problemas de inequidad y reparar las desigualdades determinadas por el origen. Al mismo tiempo, Estados Unidos ve como sus estudiantes desafían o cuestionan el modelo del “college” y de artes liberales. ¿Qué tiene todo esto en común? Una gran ausencia de la voz de humanistas o profesores en torno a temas tan propios del campo como la educación; un predomino de economistas en torno a las soluciones del tema educacional; y por ende, una peligrosa irrelevancia de las humanidades en esta realidad.
A lo largo de los años todos los campos de estudio se han especializado más y más, produciendo publicaciones e investigación más específica y avanzada. El modelo del académico ha traído éxito para todas las disciplinas; sin embargo, en esta misma lógica las humanidades han ido perdiendo fuerza y relevancia a nivel general; han dejado sus campos de influencia, han dejado de lado la importancia de la enseñanza en el salón de clases, y han centrado (casi) todo su esfuerzo en la investigación y en los temas que apasionan a los investigadores. Su participación e influencia han disminuido en la esfera pública, han perdido espacio en los medios masivos, y se concentran cada vez más en nichos especializados, donde el contacto humano se ha ido perdiendo. Los estudiantes cuestionan la importancia de la historia, no ven la literatura como una representación cultural más allá de la entretención pasajera, la cultura cívica decae y la enseñanza política guarda sus momentos memorables en los años sesenta y setenta del siglo XX. Por el lado de las artes, intérpretes y teóricos recorren caminos distintos con poca colaboración, compitiendo por fondos y mirándose con recelo. Y mientras estamos preocupados de nuestros propios problemas, los grandes temas reciben una mirada importantísima pero unidimensional, la de la economía.
No me entiendan mal; la economía es vital en el entendimiento y la reforma de los temas educacionales y todas las políticas públicas. Sin embargo, el problema es reducir el problema educacional a sólo una perspectiva. Por ejemplo, más de alguien ha señalado que el problema de la educación en todos los niveles se debe a un tema de incentivos, señalando que estos están mal puestos (ver link). O por otro lado, señalar que la competencia entre colegios es la forma de solucionar la calidad. Sin embargo esto no es todo. Por ejemplo, en Chile una política pública que en teoría premiaba haciendo competir a los colegios y profesores, dando incentivos económicos a los ganadores, no tuvo positivos resultados mirando el retorno de los estudiantes a largo plazo, especialmente en el sistema público. ¿Por qué? Porque los profesores son seres humanos expuestos a temores, miedo, expectativas; no son animales que se mueven hacia donde el pasto está más verde. Y aquí llegamos a un punto crucial. Toda teoría económica está íntimamente ligada a una visión filosófica y por ende tangente con la ideología. Y tomando este punto recordamos (sí, recordamos), que la economía no es una ciencia exacta, y que todo es más complicado. Y justo en este momento, cuando los humanistas pueden ejercer su influencia, nos damos cuenta que ellos están en sus aulas, ajenos de la contingencia, ajenos de la realidad estudiantil, preocupados de sí mismos. El tema más repetido es la crisis del mercado del trabajo, pero nadie cuestiona el origen o las causas de ésta, y la responsabilidad que tenemos en ella.
Un ejemplo de disociación máxima es la realidad de Chile. ¿Cuál es el primer contacto del estudiante con las humanidades y las artes? El colegio, los doce años que el estudiante pasa en el sistema escolar. Paradójicamente, los profesores tienen poco contacto en su formación con las instituciones que forman a los especialistas en la materia. La institución pedagógica, es distinta al lugar donde los futuros historiadores, músicos, u otros similares se forman. ¿No deberían compartir elementos de formación conjunta? Muchos dirán que sí, otros que no. Pero no es posible que los especialistas no entren al debate de los programas escolares o que no hayan emitido una sola palabra sobre la oportunidad que hay en una reforma como la que se aproxima. Es verdad que hemos escuchado palabras de buenas intenciones, como “el arte y la literatura son fundamentales en la formación del individuo”. Pero pocos son los que han hecho hincapié en el poco contacto experiencial con la música (los programas de los primeros años están llenos de teoría), que tipo de libros y lecturas están leyendo nuestros estudiantes, o que tipo de historia están enseñando a las futuras generaciones. El rol del profesor no es visto como un especialista. Es observado como alguien que quiso ser especialista, pero que vio en la pedagogía una forma de ganarse la vida. Nuevamente, las humanidades desaparecen en el contexto general perdiendo relevancia dentro de las aulas.
Como señalé en una columna anterior, Latinoamérica y Estados Unidos comparten un problema similar pero con distintos orígenes. En Latinoamérica muchas de nuestras universidades son profesionalizantes, donde las humanidades poca cabida tienen en carreras ligadas a la ingeniería y las ciencias duras; en este caso, la irrelevancia está caracterizada por un poco presencia de las humanidades en carreras cuya especialidad no está relacionada, careciendo de credibilidad como elementos de formación necesaria y general para cualquier individuo. En Estados Unidos, la formación en artes liberales está perdiendo fuerza, concentrando sus esfuerzos en opciones laborales de mayor retorno económico, lo que las deja en mal pie. En ambos casos, las humanidades no han sido capaces de convencer de su importancia, que no puede ser medida en forma cuantitativa, de acuerdo a su productividad o en relación a su relación positiva con la industria. Su importancia está relacionada a elementos de confianza, cualitativos, y medibles (y sólo quizás) a través del largo plazo y su relevancia en generaciones futuras.
¿Cómo dar vuelta la realidad? No es fácil, pero simplemente volviendo a colonizar los espacios que originaron nuestras disciplinas y que están y estarán relacionadas con la educación. Las humanidades nunca han sido analizadas desde una óptica totalmente laboral o perspectivas de retorno económico. Las humanidades nutren una seria de disciplinas y profesiones en forma multidimensional; por ende son pocos los que harán de ellas su campo de especialización; y al mismo tiempo serán muchos los que necesitan de ellas como formación y complemento en su formación profesional para lograr su realización a nivel personal. ¿Un ejemplo? Economistas, abogados, políticos poseen una formación determinada por las humanidades; imposible es pensar que serán formados desde una dimensión. La historia nos enseña de nuestros errores políticos, económicos; muchos historiadores dicen que la historia es sólo placer intelectual. Quizás para ellos sí, pero su investigación nos hace entender el mundo, incluso teniendo injerencia en las políticas públicas.
En este sentido debemos mejorar las capacidades y formación de los profesores de disciplinas afines a las humanidades; debemos tomarnos en serio las clases de formación general de los primeros años universitarios. Debemos mantener la exigencia en nuestros cursos haciendo ver a nuestros estudiantes que su dificultad es distinta, pero igualmente exigente que las ciencias duras y las matemáticas. Y por último, debemos transmitir la pasión y el interés que nosotros sentimos abriendo los ojos de algunos que están buscando en las humanidades caminos o vocaciones futuras. De esta forma nuestra irrelevancia irá disminuyendo, volviendo a los campos que nunca debimos dejar.
Paralelamente debemos dejar nuestros miedos y dar testimonio de nuestra investigación, pero no sólo en la comodidad de la academia. Debemos ocupar medios más masivos, que están al alcance de la mano y que nos ayudan a recordar nuestra importancia. Entender que la crisis también es nuestra responsabilidad. Muchos de los temas que tocamos no son sólo de importancia académica, ya que muchos tienen repercusión en grandes esferas de la política pública, a través de problemáticas sociales y culturales que se reflejan de manera distinta a la realidad cotidiana (iniciativa que ya es desarrollada por algunos académicos). Y los que no, encuentran su espacio en toda formación básica del individuo: literatura, poesía, música. Incluso más, muchas de ellas son abordadas y apreciadas como manifestaciones culturales y comprendidas, gracias a la investigación de los especialistas. En relación a esto debemos entender, como individuos e instituciones, que la batalla no debe ser dada sólo en el campo de la especialidad. ¿Qué quiere decir esto? Debemos difundir manifestaciones relacionadas a nuestras disciplinas a nivel escolar, a nivel de pregrado y a nivel masivo con la misma seriedad con que enfrentamos nuestra investigación.
Debemos descender al fondo, volver a meter los pies en el barro y recordar que todo partió en las humanidades; que estás deben ser evaluadas desde una perspectiva diferente y que son complemento vital de cualquier formación. Los años de la grandeza, de nuestros grandes recursos, van en retirada, pero los desafíos están a la vuelta de la esquina. La contingencia está esperando para que nuestras voces sean más relevantes.