Lucía Gajá (Ciudad de México, 1974)[1] fue una de las invitadas especiales de la vigésimo primera edición de Cine Las Américas, donde tuvo la oportunidad de presentar dos de sus más recientes trabajos. El documental Batallas Íntimas, que le ha valido la nominación a Mejor Directora en los Premios Ariel 2018, va hilando las historias de cinco mujeres a lo ancho del globo: Gajá recorre la Ciudad de México, Finlandia, Nueva York, India y Sevilla para mostrar la viscosidad de la violencia patriarcal; esa violencia que logra colarse entre las grietas que incluso las políticas públicas de países del primer mundo no pueden evitar. A este largometraje le precede Nos Faltan, cortometraje que oscila entre lo documental y lo poético para hablar de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa que desaparecieron en 2014. Recurriendo a la noción de “nos enterraron, pero no sabían que éramos semilla” Gajá busca demostrar que aún cuando los años han pasado y a pesar de las “verdades históricas”, este hecho sigue presente como un eco constante que nos recuerda que ni perdonamos ni olvidamos.
Ante todo, las violencias que Gajá retrata son tan íntimas como son públicas: Nos Faltan trata el caso de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, donde la directora mexicana habla de las profundidades de la tierra, de las semillas que este crimen de estado logró sembrar en el imaginario colectivo de la nación. Esta pequeña pieza audiovisual emerge del subsuelo, de la tierna y primaria raíz para acabar floreciendo en un árbol que parece afirmar que sí: hay esperanza. Una esperanza por demás amorosa, con una pulsión vital que transgrede la naturaleza necropolítica del estado mexicano. Batallas Íntimas, por su parte, narra las historias personales de mujeres que a su manera son también víctimas de una violencia estructural perpetrada no solo por el Estado, sino también por una cultura machista delincuente. Finalmente, el patriarcado parece encontrar la forma de arremeter ahí donde parece que ya se le cerraron todas las puertas. La violencia se erige entonces como una suerte de fluido que desconoce las barreras del espacio físico y geográfico, pero siempre con una contraparte en resistencia, que no desiste en tratar de tapar los agujeros que permiten a esta oscuridad filtrarse casi silenciosamente.
Este par de proyectos audiovisuales habla de las dimensiones afectivas y privadas que la violencia de lo público también posee; e incluso logra sugerir que existe una vida después.No se trata tampoco de romantizar la violencia como elemento creador, pero sí de subrayar la posibilidad regenerativa que hay luego de haber sido víctima de un ente que parece inasible, de un fantasma que se escapa del propio lenguaje y que ataca por la espalda. Si la violencia se convierte entonces en un código compartido, la resistencia es también el decodificador que logra reunirnos.
[1]Gajá tiene en su haber un Premio Ariel de plata por su documental Soy (2015), y obtuvo el reconocimiento internacional con su ópera prima, Mi vida dentro (2007). Ha sido becaria del Fondo Nacional para Cultura y las Artes (FONCA), y nominada a la beca Rockefeller.