¿Qué estoy leyendo? Rayuela, por primera vez. En vez de análisis/interpretación/»close reading»/deconstrucción, algo parecido a sus Morellianas:

 

Nos ponemos a buscar la felicidad lejos de la lluvia, en lugares secos, solitarios, faltos del humano húmedo que se desprende del trajín que le vendieron, de las directrices y matrices que lo convencieron a buscar el gozo en un orgasmo aleatorio, circunstancial, roto. Sentarse en la acera es mal visto porque el hombre camina por la acera, se mueve sobre ella de un punto a a un punto b. A nadie se le ocurre parar en lugares intermedios, detenerse a meditar que verdaderamente no tiene donde ir, no tiene donde resguardeserse porque nunca escampa; siempre llueve.

Entonces nos quedamos en casa, tranquilos, cerca de superficies suaves capaces de proteger nuestra calidez. Le tememos al frío, al tiritar y a que nos suenen los dientes, a que se golpeen entre ellos y se nos pongan feos, se nos agrieten. ¿Qué clase de persona podemos llegar a ser sin pulcros dientes-sonrisa-presidencial-tarjeta-de-negocios, sin algún nombre reconocible que suene lindo detrás de iniciales, de siglas?

Nadie llega al padre.

El padre se hizo padre de casualidad pura. Un polvo en algún rincón del universo que quiso hacerse pasar por gozo inmenso. Cuando llegan a cobrar pensión cierra la puerta. Nadie llega al padre. Solo a serlo. La tierra está repleta de padres emputados por ser hijos. Incomprendidos. Voraces.

Mal criados.

Nunca llegaron al padre porque nunca existió. Nadie llega al padre si no es por el padre. Pero el padre no sabe acercarse. No sabe admitir sus errores. No sabe admitir que es padre.

Hijos desperdigados. Nadie puede detenerlos.

Buscamos a nuestros padres en los lugares secos, <<¡padre, padre!>>, pero nacimos de la humedad, de las gotas de las que huimos,  <<¡padre, padre!>>. Nadie llega al padre. El padre nunca llega. Habrá que escribirle cartas en clave de lluvia.

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