by @adam-j-martinez
El presente nos muestra la contradicción fundamental: “progress” es un horizonte sin futuro humano.
Un amigo y yo íbamos hablando en su carro acerca de la diferencia entre indianismo e indigenismo, comparando algunas cosas dichas por Slavoj Žižek y Enrique Dussel. Me pregunto que si al imaginarnos que existe un indio que realmente cree en sus mitos, como Pachamama, o Totlaltonantzin, o Mother Earth como dicen los norteamericanos, ¿no era en sí una postura esencialista? ¿No será igual que preguntarle a alguien que sí cree en Santa Clos? Los adultos dicen que no, pero que es bueno para los niños, para que se diviertan y también como chantaje.
Tenía sentido mi amigo en apuntar a que, como productos del Norte, corremos el riesgo de imaginarnos un indio estático, un indio cuya cultura e identidad no apuntan hacia un futuro distinto al pasado o al presente. Sin embargo, como se ha dicho: los mitos no son meramente cuentitos para niños y niñas; son historias racionales a base de símbolos cuyo contenido forma parte del imaginario de un grupo.
Decir que el sol es el creador de la vida es un enunciado empírico y racional. Sin el sol no habría vida en la tierra, de hecho, ni habría planeta Tierra. Por otro lado, un mito como el de Pachamama, o Totlaltonantzin, o Mother Earth, es igualmente un mito empírico-racional, y más: también tiene un contenido ético que es profundamente más racional que los mitos dominantes racionalistas.
“Mother Earth” es un mito que constituye una realidad donde no es permitido explotar a la naturaleza, donde no es permitido explotar a tu hermano o hermana como criaturas que provienen de la misma madre. En el momento que vivimos, posmoderno quizás, capitalista, colonial aún, etc., es fácil decir que todo mito se debe respetar, que todos tienen validez a su manera, dentro de sus propios contextos, etc. Pero hay que tener cuidado. Hay mitos que constituyen la realidad de manera que conducen hacia el fin de las condiciones por las cuales la vida humana es posible. Incluso, siguiendo a Achille Mbembe y a Jason De León, pudiéramos llamar necromitos a esos mitos que hacen posible a la necropolítica y la necroviolence.
A veces es difícil identificar nuestros propios mitos, posiblemente porque constituyen la realidad que habitamos, le brindan una cierta coherencia a la gran variedad a fenómenos que percibimos. Sin embargo, hay uno que se puede captar fácilmente. Esto se debe a que ya se está percibiendo sus límites, sus contradicciones son cada día más obvios y graves, y la necesidad de meterle la hacha se vuelve más y más urgente.
El mito del progreso nos dice que por medio de la racionalidad moderna, cientificista, instrumental, etc. lograremos superar todo obstáculo que enfrenta la humanidad—ignorando el hecho de que la misma racionalidad moderna ha creado esos obstáculos que dice querer superar. El problema es que este mito, igual que la modernidad en si, tiene como fundamento un cierto racismo que afirma su negación, negando la afirmación de la vida humana. Progreso se entiende como un concepto que proviene de gente avanzada y desarrollada; Totlaltonantzin como tal, de acuerdo con el imaginario hegemónico, corresponde a gente primitiva, atrasada, diabólica, etc. El presente nos muestra la contradicción fundamental: “progress” es un horizonte sin futuro humano.