Un descuido cósmico. Liliana Blum y la literatura como arma

El libro de cuentos Un descuido cósmico de la escritora duranguense Liliana Blum imagina actos de violencia extraordinaria en contra de los personajes más repugnantes que habitan nuestro mundo pero que, en muy pocos casos, llegan a ser enjuiciados: hombres pedófilos e infieles, asesinos, feminicidas, hombres repulsivos que agarran, violan, y conquistan. En Un descuido cósmico, a través de personajes y acontecimientos fantásticos, Blum construye su propio topos de justicia poética a través de venganzas brutales con la finalidad de plantearle a la lectora la pregunta provocadora: ¿y qué tal si nosotras tomamos las armas y asesinamos a nuestros asesinos?

Contributor: Alex Voisine. Twitter/Instagram: @alex_voisine

“Doce mujeres desaparecen a diario en México y nadie levanta una ceja», narra la protagonista del cuento vampírico “La semana de Nínive,” en el libro de cuentos Un descuido cósmico (Tusquets, 2023). Sigue: “Imagino a Mesa diciendo, cuando alguien encuentre mi cuerpo desnudo en algún terreno o baldío o en algún depósito de basura: ‘Nínive siempre andaba sola de noche. ¿Y esos vestidos? Ufff, con ese cuerpo se los podría haber ahorrado, pero ¿quién le manda andar así de provocativa?’” 

El tal Mesa es el jefe de Nínive, empleada sobreexplotada en el Hotel Casablanca, lugar verdadero que existe afuera del mundo fantástico de Un descuido común en Durango, la ciudad de residencia y “locus de enunciación” de la autora Liliana Blum. El chiste es que Nínive no es una cualquiera, no será una de las miles de mujeres cuyos nombres forman parte de una lista interminable de víctimas de feminicidios en el México contemporáneo. Es vampira. Una vampira gorda, fuerte, resentida, de clase trabajadora: la antítesis de las vampiras bellas y flacas—o pasivas y débiles—del Hollywood Industrial Complex. Y además, como la vampira en la película noir “Una chica que vuelve a casa sola de noche” de la cineasta iraní-americana Ana Lily Amirpour, es mesurada y justa: “casi todas mis comidas llevan un trabajo de investigación previo y son planeadas… escucho los comentarios de otras trabajadoras, reviso las redes sociales, los periódicos, escucho la radio y tomo en cuenta lo que veo cuando camino por la ciudad.” 

Es decir, Nínive meticulosamente discrimina entre buenos y malos, y se sacia de los hombres pedófilos, violadores, machos, y criminales. Cuando Mesa intenta violarla, Nínive ejecuta esta jurisprudencia vampírica , y “lo deja vacío…[acomodando] el cuerpo como si fuera una instalación artística.” La muerte de Mesa –“con [su] panza que levanta la camisa como si fuera a brotarle un xenomorfo en cualquier momento”—en el sistema de justicia de Blum no solamente es justa, sino, de alguna forma, chistosa. En el momento crítico antes de vaciarle la sangre, Nínive le dice “me haces cosquillas, pito chico,” y procede a dominar el hombrecito que pensaba que a ella le faltaba la fuerza varonil que, según él, no podían poseer las mujeres. 

Aquí hay un humor negro, pero negro oscuro. Con un tono y una narración experta que marcan a una escritora única en la cima de su trayectoria literaria, en “La semana de Nínive” Blum posibilita, a través de la literatura, una venganza placentera, una justicia tanto brutal como “cute,” una utopía en la que la magia, lo fantástico, y la imaginación son feministas. Y así Blum crea mundos, de los restos de nuestro mundo violento, atroz e insoportable. A través de una especie de estrangement—condición lógica por una vampira que se ha vuelto sagaz por los cientos de años que ha vivido/sufrido las múltiples iteraciones de femineidad a lo largo de los años—Nínive se mofa de este mundo que habita, en el que los hombres se creen super-poderosos. Es decir, vive en otro mundo, posee un conocimiento y una fuerza corporal que le permite habitar un mundo sin miedo. Una  utopía en contextos de violencia masiva en países como México. 

A diferencia de las notas periodísticas horrendas y espeluznantes de mujeres violadas, tiradas, cercenadas, y dejadas en el olvido, en Un descuido cósmico, Blum recurre al género del horror y lo fantástico para darles a sus protagonistas agencia. Además de mujeres vampiras, el libro consta de mujeres que usan el vodou para torturar y matar al marido infiel; que se comunican anónimamente con un asesino misterioso para matar a pedófilos, matadores de perros, y al mismo presidente de la república; que contratan a una bruja para embarazarse, dando a luz no a una niña sino a una especie monstruosa de niña-pájaro, que termina envenenada por un alemán mojigato; que adoptan a un extraterrestre para lidiar con el abandono por parte de los propios hijos. 

Con ternura y curiosidad también se abarca la soledad de las mujeres de la tercera edad, que han sido institucionalizadas, gaslighted, y abandonadas por sus familias y por el feminismo. En el cuento “Ardea herodias,” una mujer de tercera edad, Silvia, ve a una garza azul enorme que desaparece cada vez que le lleva a alguien para atestiguar el animal sublime. La garza se convierte en una obsesión para Silvia que lleva que sus hijos, y ex-marido, terminen forzándola a  internarse en un manicomio: “¿En qué momento se trastoca el mundo de alguien sólo por ser la única persona que ha visto a una magnífica, elusiva, y grandiosa garza azul? ¿Cómo es que tu familia decide que estás demente y que el lugar al que perteneces es un manicomio privado donde te alimentan con comida blanda y pastillas que te mantienen adormilada todo el día?”

Aquí, Blum no solamente está diciendo que el mundo ha perdido su espontaneidad y su fe en lo fantástico y lo inexplicable, sino también teje una alegoría feminista que nos intima con las muchas mujeres de la historia y del presente que son tachadas como locas por denunciar, defenderse, y luchar contra la violencia patriarcal invisibilizada: las mujeres “killjoys” de las que habla  Sara Ahmed. 

En otro cuento, “La abuela no tiene quién la visite,” Blum retoma el título de la novella de Gabriel García Márquez y cuenta la historia de Regina, mujer viuda de tercera edad en una casa de retiro privada que, por nunca haber tenido hijos, no recibe visitas durante los fines de semanas. Después de encontrar una Ouija, Regina conjura al actor Jason Miller, quien da vida al padre Karras en su película favorita, El exorcista. El fantasmagórico Miller/Karras le proporciona un deseo—que Regina tenga familia que la visite—a cambio de que ella mate a un residente de la casa de retiro cada mes. El siguiente fin de semana llega una familia y al final del mes, de acuerdo con su contrato, mata a don Ernesto, “probablemente el anciano más abominable en la historia de la residencia…” a quien “le gustaba hacer sus necesidades, tanto líquidas como sólidas y las del estado intermedio, adentro de los frascos que luego guardaba debajo de la cama.” El trato faustiano se convierte en una cruzada de justicia en la heterotopia de las residencias de ancianos, terra nullius de una sociedad que teme profundamente al envejecimiento. 

Los cuentos de Un descuido cósmico se tratan de mujeres al borde de la sociedad, en la frontera entre la realidad y la fantasía, la magia y la lógica. Pero a diferencia de sus antepasados del realismo mágico—si es que así podrían clasificarse estos cuentos heterogéneos—Blum rechaza lo que Sylvia Molloy llamó el “magical realist imperative” en el que América Latina se reducía a lo exótico, lo provincial, lo tradicional, lo adorable. Nos recuerda Antonio Fuguet que América Latina no es así: “More than magical, this place is weird. Magical realism reduces a much too complex situation and just makes it cute. Latin America is not cute.” Esto corresponde profundamente a la propia vida de Blum:  en el cuento “Una Lady Macbeth cualquiera” la protagonista le pide al misterioso asesino anónimo que mate al “Camarón,” un maestro de deportes de un convento que violaba a cientos de niñas. Resulta que este “Camarón” existía y había acosado a la misma Blum. El cuento, entonces, surge de una realidad devastadora que no encaja en los marcos reduccionistas de una Latinoamérica vista desde afuera. Como explica Ignacio Sánchez Prado, Liliana Blum forma parte de una generación de escritoras—como Carmen Boullosa, Cristina Rivera Garza, Fernanda Melchor, Ana García Bergua—quienes, en vez de reproducir lo que las editoriales gringas demandan de los escritores latinoamericanos, están construyendo teorías estéticas y políticas sobre la justicia, la violencia y la subjetividad que traspasan las fronteras de un cierto país o región y contribuyen a la filosofía planetaria, aunque en estos esfuerzos hacen falta más escritoras cuirs, indígenas, y afrodescendientes que tocan cuestiones de sexualidad, raza, y colonialidad en América Latina, lo cual Blum no logra hacer en Un descuido cósmico

Escribe la crítica Sayak Valencia: “La explosión de la violencia ilimitada y sobreespecializada da noticia de la ausencia de un futuro (regulable) y del hecho de que en los intersticios del capitalismo nadie tiene nada que perder…” El capitalismo gore, según Valencia, es “la unión entre la episteme de la violencia y el capitalismo,” y es principalmente en el tercer mundo donde sus consecuencias son más brutalmente evidentes. Lugares como Durango, en donde vive Blum y que forma parte del topos de varios de sus cuentos, lejos de las ciudades letradas y gentrificadas que siguen dominando el mundo de las artes—la Ciudad de México, Barcelona, Buenos Aires, Nueva York, etc.—son esenciales para la literatura contemporánea. De ahí surge una especie de “necroescritura” como lo llamaría Cristina Rivera Garza que pisa a los saberes convencionales, sobre todo respecto a la violencia. Las mujeres de Un descuido cósmico no tienen tiempo para la policía, el sistema de justicia estatal, las marchas, y las teorías. Quieren sangre, ya!


Después de matar a Mesa, la ficticia ciudad de Durango se estalla. Nínive nos cuenta que: “se percibe un aire de sorpresa y sensacionalismo distinto en la forma en que se relataba el hallazgo, como si un hombre violado y asesinado fuera más extraño que el avistamiento de un ovni.” El estrangement de esta vampira gorda de senectud inverosimil, es quizá el lente a través del cual habrá que ver nuestro presente sin-futuro/sin-sentido. La fantasía, la magia, lo fantasmagórico, son recursos que pueden ser feministas. A partir de ahí quizá podamos encontrar nuevas y ágiles formas de “chupar sangre.”

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